Yo soy la asesina del amor

estoy asesinando a la música que considerábamos tan especial,

que resplandecía entre nosotros, una y otra vez.

Estoy matándome a mí, que me arrodillé ante tus besos.

Estoy empujando cuchillos a través de las manos

que convirtieron dos en uno.

Nuestras manos no sangran con esto,

ellas yacen aún en su deshonra.

Tomo los botes de nuestras camas

y los empantano, dejándolos encallar en el mar

y ahogarse y quedarse en nada.

Estoy rellenando tu boca con tus

promesas y mirando

cómo me las vomitas en la cara.

¿El Campamento que dirigimos?

He gaseado a los campistas.

 

Ahora estoy sola con los muertos,

volando puentes,

arrojándome como una lata de cerveza en la papelera.

Vuelo como una rosa roja,

dejando un chorro

de soledad

y aun así no siento nada,

aunque vuelo y arrojo,

mi interior está vacío

y mi cara en blanco como una pared.

 

¿Llamo al director de la funeraria?

Él podría poner nuestros cuerpos en un ataúd rosa,

esos cuerpos de antes,

y quizás alguien mande flores,

y quizás alguien venga a llorarnos

y estaría en los obituarios,

y la gente sabría que algo murió,

no hay más, no dice más, ni quiere

conducir un coche de nuevo ni nada de eso.

 

Cuando una vida ha terminado,

aquella para la que vivías,

¿adónde vas?

 

Trabajaré por las noches.

Bailaré en la ciudad.

Llevaré el rojo para un incendio.

Observaré cuidadosamente el río Charles,

llevando sus largas piernas de neón.

Y los coches pasarán.

Los coches pasarán.

 

Y no habrá gritos

de la señora del vestido rojo

bailando sobre su propia Ellis Island,

que gira en círculos,

bailando sola,

mientras los coches pasan.