Leer a Onetti no es difícil, según dice una superstición idiota: tan sólo exige lo que debería exigir siempre la lectura, una atención incesante, un ensimismamiento que cancele cualquier otro acto, que suprima el mundo exterior. La mejor o la única manera de leerlo es echado en la cama, con mucho tiempo por delante, con una absoluta predisposición de soledad y pereza. Aprenderemos a descubrir sentimientos inéditos, estados de ánimo que formarán parte del repertorio común de nuestra vida pero que tendrán para siempre la tonalidad del estilo de Onetti: conoceremos la dulzura triste, el desengaño ilusionado, la desesperación tranquila, la compasión cruel, los placeres de la mentira y las potestades furiosas de la verdad; percibiremos las cosas a rachas, en fragmentos, bajo una luz oblicua, modificadas o falsificadas por el recuerdo, mejoradas por el olvido, como esas estatuas antiguas que perfeccionó la intemperie; nos estremecerá la juventud con su milagro tan inmediato y sutil como el de la palpitación de un músculo y nos dará asco y terror y lástima la vejez. Encontraremos las palabras exactas y atroces del desengaño (“Figúrense ustedes el pesar creciente, el ansia de huir, la repugnancia impotente, la sumisión, el odio”) y las que nombran el arrebato del amor y su promesa de sufrimiento y de felicidad: “Te agarra a traición, como algunas muertes. Y ya no hay nada que hacer, ni patalear ni querer destruir. Porque no se sabe si es una cosa que te golpeó desde afuera o si ya la llevabas como dormida y a veces creíste que estaba muerta para siempre. Y qué pasa entonces. Que la llevabas adentro y sin aviso alguno en un minuto salta y se te derrama por todo el cuerpo y hay que aceptar y todavía peor, hay que alimentarla y hacer que cada día aumenta las fuerzas, obligarla a que te haga sufrir más.”
Leyendo a Onetti uno va sin darse cuenta convirtiéndose en uno cualquiera de sus personajes.
Prólogo de Antonio Muñoz-Molina a Cuentos Completos de Onetti.