Esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»… Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

According to Brueghel
when Icarus fell
it was spring

William Carlos Williams

Es poco lo que nos va quedando. Demasiado para saber aceptarlo. Entre nubes se nos va lo que nunca hubo claro. Tal vez vino igual. La única nada que sabemos es la nada que quedará cuando uno de los dos dé el último portazo, aunque seguramente la sabré yo que será quien quede esperando, pues no puede esperar nada aquél que nunca dió de más. No sabemos nada, sólo esperar el no sabemos nada, solo esperar el no sabemos, solo esperar el

Avanzas con la imagen del príncipe que eras, con desdén por un orden que pronto adivinaste.

Luchando contra el frío, cuerpo a cuerpo estuviste hasta hacerme a mí misma apresurar el paso.

Una carga de flores y recuerdos dispongo por si sintiera yo también, de pronto, el frío y tú te detuvieses y pudiera alcanzarte.

Pequeñas virtudes.

yo sabía qué sería y no sería. Ponerse cachonda con un roce. Joder, una guarrada sin tí. Tú y dos sois la utopía, necesaria para aquél que sabe a amor y no necesariamente a aquél que sabe a boca. Es fácil, demasiado. Varios me lo harían. Y no. Jamás me enamoré del sonido de la saliva como tú ni del tema. Ambos supimos lo de la utopia, que nos encantaba al igual que el puto Antonio Vega. Ambos sois plurales porque coincidís en infidelidades, absurdas, también yo. Yo soy esa. Ponerse cachonda sin tí. Ójala y tú me llenaras entera. Que me he vuelto animal por tí. Que el peligro eres tú. A ver si te enteras.

Don Curro. Calle Alameda. Queda bonito decir estrellas pero digo dolor, también digo mierda. Don Curro espera sueños de esperanzas lluviosas aquél día de octubre, aquél día que nos conocimos. De verdad. Como dice mi amigo al que le recuerdo a Hemingway. Siempre se queda el atún fuera del sandwich y siempre se dice que Dylan era un literato, en cambio, lloro con Sexton, canto con Whitman.

Puede que me equivoque, pero existe un momento en la vida, sólo un momento, en que somos conscientes de que somos genios o enamorados. La cuestión es sencilla, ridícula. O una cosa u otra, imposible ambas. Y cuando ese momento llega tenemos la vaga certeza de que arrastraremos nuestra carga, sea la que fuere, hasta el final de los días. Yo superé ya el momento. Sé que nunca alcanzaré las cimas de la genialidad y, lo más abrumador, acongojante aun, sé que el momento del amor se escurrió entre mis dedos para siempre. Así, ni tengo nada ni espero nada.