Es el valor de confesarlo todo frente a cada cuestión lo que caracteriza al filósofo. Tiene que ser como el Edipo de Sófocles que buscando aclaración de su terrible destino, continuó su infatigable pesquisa hasta que adivinó ese apabullante horror que le esperaba en la respuesta. Pero la mayoría de nosotros lleva en su corazón la Yocasta que suplica por Dios a Edipo que no siga investigando…

De una carta de Schopenhauer a Goethe, noviembre de 1815.

He salido, una bruja poseída, rondando el aire negro, más valiente de noche, soñando con el mal, he dado mi tirón sobre las casas simples, de luz a luz: criatura solitaria, de doce dedos, demente. Una mujer así no es una mujer, en absoluto. Yo he sido de esa calaña.

He encontrado las cálidas cuevas en los bosques, las he llenado de sartenes, tallas, estantes, armarios, sedas, innumerables bienes; he preparado la cena para los gusanos y los duendes: gimoteando, reorganizando a los desalineados. Una mujer así es malentendida. Yo he sido de esa calaña.

He viajado en tu carro, conductor, he saludado con mis brazos desnudos en los pueblos al paso, aprendiendo las últimas rutas luminosas, sobreviviente donde tus llamas en calma muerden mi muslo y mis costillas crujen donde tus ruedas giran. A una mujer así no le da vergüenza morir. Yo he sido de esa calaña.