Si quieres convencer a un hombre de que hace algo mal, hazlo bien. Pero no te preocupes en convencerle: los hombres creerán lo que vean; que vean, pues.
Persigue, alcanza, rodea tu vida como un perro en torno a la silla de su amo. Haz lo que amas. Conoce tu propio hueso; róelo, entiérralo, desentiérralo y vuelve a roerlo. No seas demasiado moral; podrías robarte mucha vida. Aspira a algo más que la moralidad. No seas sólo bueno: sé bueno para algo. Todas las fábulas tienen su moraleja, pero los inocentes disfrutan con la historia.

 

Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. Es imposible. Es lo contrario del cine, lo contrario del teatro y otros espectáculos. Es lo contrario de todas las lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro, como el último hijo, siempre al más amado. Un libro abierto también es la noche.

Estas palabras que acabo de pronunciar me hacen llorar, no sé por qué.

Escribir a pesar de todo pese a la desesperación. No: con la desesperación. Qué desesperación, no sé su nombre.