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Sí, es difícil hablar de la sexualidad, verdaderamente. Antes de ser un emplomador, o un escritor, o un taxista o un hombre sin profesión, o un periodista, los hombres son ante todo hombres, heterosexuales u homosexuales. La diferencia es que algunos os lo recuerdan en cuanto os conocen y otros un poco más tarde. Hay que amar mucho a los hombres. Mucho, mucho. Amarlos mucho para amarlos. Sin esto, no es posible, no se les puede soportar.

Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. Es imposible. Es lo contrario del cine, lo contrario del teatro y otros espectáculos. Es lo contrario de todas las lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro, como el último hijo, siempre al más amado. Un libro abierto también es la noche.

Estas palabras que acabo de pronunciar me hacen llorar, no sé por qué.

Escribir a pesar de todo pese a la desesperación. No: con la desesperación. Qué desesperación, no sé su nombre.