Morir y matar.

Revista Vida por Santiago Martinez Delgado

La muerte nos toma niños, puros, solos…

Francisco Umbral.

Más allá del protocolario deseo de feliz año nuevo (deseo que le hacen a uno hasta los buenos enemigos), les deseo vida. En principio parece un deseo de lo más simple, pero piensen ¿quién se puede aventurar a decir que vive? ¿Quién come, bebe, habla, lee, trabaja, juega, llora, ríe, ama, viaja, duerme, folla, o simplemente se aventura a aventurarse lo que quisiera? No perdería mi patrimonio (si es que tuviera y si es que me lo jugara) si dijera que nadie. Me estoy jugando mucho deseándoles la ingrata realidad sabiendo lo barata que hoy en día anda la anestesia. El estado de bienestar, el prozac y las tilas, el sé feliz y el i´m loving it, los buenos deseos y modales… ¡bostecen, bostecen! a ver si de una vez se desencajan mandíbulas.

La pelona es una mala puta que te lleva de paseo Estigiano en cuanto te descuidas pero ya decía Baudelaire que los verdaderos viajeros, los mejores, parten por partir, sin esquivar la fatalidad y gritando hacia delante. Aventura y horror. Ordeñar una vaca y tirarle la leche por la cabeza ese es mi deseo para ustedes y para mí.

Si este deseo es de mal gusto (Dicen que soy pesimista. Ya lo sé. Siempre habrá aprendices en la tierra) tal vez deberían no darle al me gusta, tal vez deberían abrir la nevera y tomarse un yogur azucarado o hacer un break, acceder a su facebook y subir una foto de su fantástico vestido de Nochevieja, fingir, en definitiva, pero la vida siempre aguarda en la calle aterida de frío para aguijonarnos con más vida, tal vez esa inyección pueda resucitar a alguno que aún vivo anda bien muerto.

Pero los ojos, mis ojos, los ojos que me miro y que me miran, en el espejo, los ojos por los que he visto el mundo, por los que el mundo se ha asomado a mí. El exterior me conforma a través de los ojos, estoy lleno de lo que he visto, de lo que he mirado.

Ojos castaños, un poco achinados, antaño, ojos cansados, hoy, reducidos detrás de las gafas, ojo izquierdo con menos luz, que matiza y precisa mejor lo pequeño, el hormiguero de las letras, en un libro, ojo derecho, más activo, agresivo, más cansado y congestionado, por el que ha ido pasando, doliente, toda la cultura del mundo, y se ha quedado en él, embotada, escociéndome, como otras veces he dicho. Hilvano el mundo con los ojos.

Ojos que imaginan cuando leen, que ven lo que crean con su lectura, que ven incluso lo no visible y le dan precisión plástica a los conceptos, a los pensamientos leídos. Los ojos pastan en el libro y a veces al cerrar el libro, los ojos se quedan dentro del libro como hojas frescas, y entonces, ando ciego por la vida, sin ojos, sin ver el mundo, porque los ojos siguen mirando lo que han leído… Luego cuando soy dueño de mis ojos, miro con ellos el mundo  y los paisajes vienen a mis ojos en remolino. Cuando uno es consciente de sus ojos, es como el mar mirando el mundo. Los ojos son lo más acuático que nos queda de haber nacido del agua, y cuando un hombre mira tierra firme, la montaña, es siempre una criatura de mar, es el mar-criatura quien contempla la sequedad mortal del planeta.

El tacto es ciego, el olfato es galopante. La boca es frenética. El oído es torpe. Sólo el ojo alcanza la totalidad. Reconstruir una mujer a partir de su voz, de su contacto, de su sabor, de su olor. Eso es la imaginación. La imaginación es el vuelo de un sentido a través de todos los otros. La imaginación es la sinestesia: el olfato que quiere ser tacto, el tacto que quiere ser mirada… Pero…no basta con mirar. Hay que sobregirar, sobrever. Hay que interiorizar lo que está afuera y verlo hacia dentro.

Mirar a otros ojos da miedo. Los ojos queman a los ojos. El mal de ojo, decían los antiguos… Sin embargo, también los ojos se refrescan mirando al mundo y se queman mirando a otros ojos. Nada nos abrasa más como una mirada. La mirada del oído, la mirada del amor, la mirada de la pregunta. Sé que mis ojos pueden incendiar el mundo. Sé que otros ojos pueden incendiarme. Sólo otros ojos. Unos ojos de mujer.